viernes, 9 de enero de 2009

La Fierecilla Domada (Versión para espacios No convencionales)

Personajes:

1. Bautista Minola, rico caballero de Padua.
2. Petruchio, hidalgo de Verona, galanteador de Catalina.
3. Hortensio, galanteador de Blanca, amigo de Petruchio.
4. Grumio, criado de Petruchio.
5. Catalina Minola, la fiera, hija de Bautista.
6. Blanca Minola, hermana menor de Catalina.
7. Vincencio, caballero de Pisa, padre de Hortensio.

Lugar:

Unas veces en Padua y otras en Verona.


Proyecto Shakespeare: Versión libre para La Comunidad, en espacios no convencionales (Plazas, Aire libre, halls, hospitales, colegios, liceos, etc) con la finalidad de acercar al espectador común al teatro universal.


César Eduardo Rojas Márquez












ACTO PRIMERO.
CUADRO PRIMERO.
ENTRAN BAUTISTA, CATALINA, HORTENSIO Y BLANCA
BAUTISTA.- No, Señor. Estoy decidido: no concederé a nadie la mano de mi hija menor sin antes haber encontrado marido para la primogénita. Si usted ama a Catalina, pues lo autorizaré a cortejarla. ¿Hum?
CATALINA.- (A BAUTISTA) Por favor, señor ¿es tu deseo convertirme en la hazmerreír de mi pretendiente?
HORTENSIO.- ¡¿Pretendiente, señorita?! ¡¿Qué quieres decir con eso?! No habrá pretendiente para ti hasta que no seas más amable, dulce y cariñosa.
CATALINA.- ¡¿Ah?! No necesitas temblar, caballero. Todavía no has hecho la mitad del camino para mi corazón. Y mi único cariño será peinar tu cabeza con un taburete, pintarte la cara como un payaso y tratarte como a un imbécil.
HORTENSIO.- Esa muchacha está loca de remate.
BAUTISTA.- Caballero, que los hechos respondan pronto a lo que he dicho... Blanca, enciérrate y no te molestes, que no por ello te amaré menos, hija mía.
CATALINA.-¡Pobre niña! Métanle un dedo en un ojo y ya verán cómo responde.
BLANCA.- Disfruta, hermana. Señor, me someto humildemente a tu voluntad. Mis libros y enseres me servirán de compañía, en ello me ocuparé.
HORTENSIO.- Bautista, es injusto que mi deseo ocasione pesar a Blanca. ¿Acaso quieres meterla en una jaula por ese demonio del infierno, y hacerla responsable de su lengua?
BAUTISTA.- Caballero, mi resolución es inquebrantable. Retírate Blanca (SALE BLANCA) Como sé que su mayor delicia la constituyen la música y la poesía, llevaré a casa profesores para instruirla. Si usted conoce a alguno, que venga, a fin de que mi hija reciba una buena educación. Adiós. Catalina, puedes quedarte, pues es con Blanca con quien deseo conversar (SALE)
CATALINA.- Pues yo también marcharme. ¡Cómo si yo no supiera lo que hay que tomar y lo que hay que dejar! (SALE)
HORTENSIO.- En este momento hay una tarea a la que debo aplicarme especialmente: Conseguirle marido a esa Catalina. Si es que a pesar de su fortuna habrá algún hombre que desee un demonio por esposa... claro que hay... el asunto es hallarlo. (SALE)

ACTO PRIMERO.
CUADRO SEGUNDO
UNA PLAZA PÚBLICA., ANTE LA CASA DE HORTENSIO.
PETRUCHIO.- He aquí la casa de Hortensio. Anda Grumio, golpea.
GRUMIO.- ¡¿Golpear?! ¿A quien? ¡¡Te ha faltado alguien el respeto, mi señor?!
PETRUCHIO.- ¡Villano, qué me des unos golpes y pronto!
GRUMIO.- ¿Que lo golpee? ¿Por que? ¿Quién soy yo, señor, para golpearlo?
PETRUCHIO.- ¡Miserable, que me des unos golpes te digo! ¡Y sacude fuerte, o te abriré yo la mollera!
GRUMIO.- Mi amo se molesta con facilidad. Si yo lo golpeo voy a llevar la peor parte.
PETRUCHIO.- ¡¿No quieres?! (LO TIRA DE LAS OREJAS)
GRUMIO.- ¿Auxilio, señores, auxilio! ¡Mi amo está loco! ¡Auxilio!
ENTRA HORTENSIO.
HORTENSIO.-¿Qué ocurre? (LOS RECONOCE) ¡Mi viejo amigo Grumio! ¡Y mi buen amigo Petruchio! Bienvenidos.
PETRUCHIO.- Hortensio, ordené a este bribón que golpeara a tu puerta, y no pude lograr mi propósito.
GRUMIO.- ¡Llamar a la puerta! ¡Oh, cielos! ¡¿No has ordenado expresamente: “Dame unos golpes y sacude fuerte”?! ¿Y ahora vienes con “llamar a la puerta”?
PETRUCHIO.- ¡Lárgate, granuja, o cállate, te lo aconsejo!
HORTENSIO.- Petruchio, es tu antiguo, fiel y divertido sirviente Grumio. Y ahora dime amigo, ¿que feliz viento te ha traído, desde la antigua Verona?
PETRUCHIO.- El viento que lleva a los jóvenes a través del mundo a buscar novedades lejos de su hogar. Antonio, mi padre acaba de morir, y he decidido casarme y probar fortuna.
HORTENSIO.- ¿Petruchio, quisieras que te presentara a una mujer brava y mal encarada? Puedo asegurarte que es rica. Pero... eres mi amigo y mejor no.
PETRUCHIO.- Hortensio, si conoces a una mujer lo bastante rica como para convertirse mi esposa, sea fea, vieja, abominable o brava, pues nada de eso embotará en mí el filo de la pasión. Vengo a casarme ricamente en Padua; y si en Padua me caso ricamente, me habré casado con toda felicidad.
GRUMIO.- Note, señor, que te dice francamente lo que piensa. Dale suficiente oro y cásalo con un monigote, con una muñeca de encaje o con la dueña quintañona sin un diente en las encías. Nada hallara mal en una mujer con tal tenga dinero.
HORTENSIO.- Petruchio, puedo proporcionarte una mujer bastante opulenta, joven, hermosa y educada como conviene a una dama de su calidad. Su único defecto –y de consideración- consiste en ser intolerablemente brusca, retrechera y voluntariosa, una fiera tan fuera de toda medida que aunque mi situación fuera peor de lo que es, ni por una mina de oro me casaría con ella.
PETRUCHIO.- No conoces la virtud del oro. Dime el nombre de su padre, y será suficiente.
HORTENSIO.- Su padre es Bautista Minola, un caballero afable y cortés. Ella se llama Catalina, célebre en Padua por su mal carácter y su mala lengua.
PETRUCHIO.- Hortensio, no dormiré hasta que la haya visto. Así que te dejo, a menos que quieras acompañarme hasta allá.
HORTENSIO.- Iré contigo, Petruchio, porque mi tesoro está bajo la guarda de Bautista. Tiene la joya de mi vida en custodia, su hija menor la bella Blanca, Y él me la oculta. Bautista considera que es imposible que Catalina sea pedida en matrimonio y ha decidido que ninguno tenga acceso a Blanca hasta que no se le halle esposo a la fiera Catalina.
GRUMIO.- ¡Catalina, la fiera! Lindo título para una doncella. ¡El peor de todos!
HORTENSIO.- Ahora Petruchio, te pido un favor, y consistirá en presentarme disfrazado con un vestido viejo y severo al viejo Bautista, en calidad de preceptor bien impuesto en música, para instruir a Blanca. Merced a esta estratagema, tendré a lo menos el placer de enamorarla y, sin despertar sospechas, hacerle cara a cara la corte.

ACTO SEGUNDO.
ESCENA I:
PADUA. APOSENTO EN CASA DE BAUTISTA
BLANCA.- Hermana, no me trates como una criada. Suéltame las manos y me quitaré todos los adornos, me desharé de todos mis vestidos. Haré todo lo que me mandes, pues conozco mis deberes para con mi hermana mayor.
CATALINA.- De todos tus pretendientes, dime: ¿cuál te agrada más?
BLANCA.- Entre todos los hombres vivientes, todavía no he visto un rostro especial que prefiera.
CATALINA.- Mientes, preciosa. ¿No es Hortensio?
BLANCA.- Si tú lo amas, hermana, juro interceder en tu favor.
CATALINA.- Entonces lo prefieres más rico. ¿Uno que te haga más opulenta?
BLANCA.- ¿Me tienes envidia? No, ya veo que tan sólo quieres saber para burlarte de mí. Por favor, Cata, suéltame las manos.
CATALINA.- Si tomas mis preguntas en broma, toma en chanza todo lo demás LA GOLPEA. LLEGA BAUTISTA.
BAUTISTA.- ¿Qué sucede? ¡Muchacha! ¿Qué insolencia es esta? ¡Pobre criatura! No te juntes con ella. ¡No te da vergüenza, endiablada villana? ¡Por qué la maltratas, si jamás se te ha hecho daño!
CATALINA.- Su silencio me insulta, y me vengaré (SIGUE A BLANCA)
BAUTISTA.- ¡Cómo! ¿En mi presencia? ¡Vete dentro, Blanca!
SALE BLANCA.
CATALINA.- ¡Bien! ¡No puedes sufrirme! Ahora lo veo. Ella es tu tesoro. Debe tener un marido. Yo danzaré a pie descalzo el día de su boda; y por tu amor a ella yo me quedaré para vestir santos ¡No hables! ¡Voy a encerrarme y a llorar hasta que encuentre ocasión de vengarme! (SALE)
BAUTISTA.- ¿Ha existido jamás un caballero tan desdichado como yo? Pero ¿quién viene aquí?

ACTO SEGUNDO.
ESCENA II:
ENTRA PETRUCHIO CON HORTENSIO DISFRAZADO DE MÚSICO .
PETRUCHIO.- Buen día caballero, vengo a responderte por lo que veo.
BAUTISTA.- ¿A que te refieres, hidalgo?
PETRUCHIO.- ¿No tienes una hija llamada Catalina, bella y virtuosa?
BAUTISTA.- Tengo una hija llamada Catalina.
PETRUCHIO.- Señor, soy un caballero de Verona y he oído hablar de tal modo de su hermosura e ingenio, de su afabilidad y extrema modestia, de sus raras cualidades y de la dulzura de sus modales que tengo la osadía de presentarme aquí, en su hogar, como un huésped descarado. Y como introducción me presento ante ti, señor, con uno de mis servidores (PRESENTANDO A HORTENSIO) versado en música y en matemáticas, quien instruirá a tu hija en estas ciencias, que ya sé no le son desconocidas. Acéptalo, o, de otro modo, me ofenderás.
BAUTISTA.- Sed bienvenido, señor, y él también, por respeto a ti. Mas, en cuanto a mi hija Catalina, estoy seguro que no te convendrá y eso me aflige.
PETRUCHIO.- Veo que tu intención entonces es no separarte de ella.
BAUTISTA.- Digo lo que siento ¿Qué nombre debo darte?
PETRUCHIO.- Petruchio es mi nombre, hijo del difunto Antonio.
BAUTISTA.- Le conocí. Sé bienvenido en consideración a su persona. (A HORTENSIO) Toma tu instrumento y pasa a aquel recinto pues vas a ver inmediatamente a las discípulas. (HORTENSIO ENTRA) Eres bienvenido.
PETRUCHIO.- Signior Bautista, mis asuntos no admiten dilación. Conociste a mi padre. Soy el único heredero de sus tierras y de sus bienes. Si me hago amar de tu hija, dime: ¿qué dote me corresponderá al tomarla por mujer?
BAUTISTA.- La mitad de mis tierras a mi muerte y veinte mil coronas al presente.
PETRUCHIO.- Pues a cambio de esta dote, yo te aseguraré, si quedara viuda, todas mis tierras y arrendamientos. Redactaremos pues, las cláusulas del contrato.
BAUTISTA.- Bueno; pero cuando ella consienta en amarte.
PETRUCHIO.- Te aseguro, suegro, que yo soy tan testarudo como ella altanera; y cuando dos fuegos se encuentran, consumen pronto el objeto que nutre su furia. Así obraré con ella, y así ella cederá conmigo; porque soy rudo por naturaleza y no cortejo como un niño.
BAUTISTA.- Que tengas feliz éxito. ¡Pero prepárate a recibir alguna palabra inconveniente!
PETRUCHIO.- Estoy hecho a toda prueba.
VUELVE A ENTRAR HORTENSIO CON LA CABEZA DESCALABRADA.
BAUTISTA.- ¿Qué hay, amigo? ¿Qué te ha puesto tan pálido?
HORTENSIO.- Si estoy tan pálido, es de miedo, se lo aseguro.
BAUTISTA.- ¿Carecerá mi hija de disposición para la música?
HORTENSIO.- Creo que haría mejor de soldado.
BAUTISTA.- ¿Qué? ¿No has podido hacer que toque el instrumento?
HORTENSIO.- Casi me lo rompe cuando intenté que me lo tocara. Le dije que se había equivocado de traste y le tomé la mano para corregir su digitación, cuando diabólica, me dio un golpe en la cabeza con furia.
PETRUCHIO.- ¡Aguerrida moza!¡La amo ahora diez veces más! ¡Oh! ¡Cómo estoy deseando tener una conversación con ella!
BAUTISTA.- (A HORTENSIO) Ven conmigo. Ejercerás el ejercicio de tu profesión con mi hija más joven. Es dispuesta para la enseñanza y agradecida. Signior Petruchio ¿vienes con nosotros o prefieres que te envíe a mi hija Cata?
PETRUCHIO.- Envíamela, te lo ruego; la esperaré aquí (SALEN QUEDA SOLO) Y cuando llegue yo le haré la corte a mi manera. Que me injurie; entonces yo le diré que canta tan suavemente como el ruiseñor. Que frunza el entrecejo; le diré que su mirada es tan limpia como la rosa de la mañana, humedecida recientemente por el rocío. Que se muestre muda y no quiera articular palabra. Le diré que su elocuencia es persuasiva. Si me ordena que me retire, se lo agradeceré, como si me mandase que estuviera a su lado una semana. Si rehúsa casarse, le rogaré me diga qué día habré de publicar las amonestaciones y cuándo se celebrará la boda. Pero aquí llega. Y ahora, habla, Petruchio.

ACTO SEGUNDO.
ESCENA III:
LLEGA CATALINA
PETRUCHIO.- Buenos días, Cata.
CATALINA.- Los que hablan de mí me llaman Catalina.,
PETRUCHIO.,- Mentís. Te llamas sencillamente Cata: la buena cata y a veces Cata la mala; pero Cata, la más bonita, Cata de la cristiandad; mi Cata de miel... por consiguiente, Cata, mi consuelo; cátate que habiendo oído elogiar en toda la ciudad tu dulzura, tus virtudes, tu recomendada belleza –no tanto como mereces-, me he sentido movido a hacerte la corte como a futura esposa.
CATALINA.- ¡No está mal! Sigue el movimiento y como has venido vete; muévete. Desde el primer instante he visto que eres un mueble.
PETRUCHIO.- ¿Un mueble?
CATALINA.- Un taburete.
PETRUCHIO.- ¡Lo has adivinado! ¡Ven y siéntate sobre mí!
CATALINA.- Los asnos se hicieron para la carga y tú también.
PETRUCHIO.- Las mujeres son las que se han hecho para la carga.
CATALINA.- Pero no seré yo la que soportará tu peso, si a mí te refieres.
PETRUCHIO.- ¡Buena Cata! Yo no te seré pesado porque eres joven y ligera-
CATALINA.- Demasiado ligera para dejarme cazar por un zángano.
PETRUCHIO.- Vamos, avispa, te picas demasiado.
CATALINA.- Sí, soy avispa y cuídate de mi aguijón.
PETRUCHIO.- ¿Quién no sabe dónde lleva una avispa su aguijón? En la cola.
CATALINA.- En la lengua.
PETRUCHIO.- ¿En la lengua de quién?
CATALINA.- En la tuya, y si no tienes mejor historia que contar, adiós.
PETRUCHIO.- ¿Me mandas con la lengua a paseo? Vuelve. Soy un caballero, buena Cata.
CATALINA.- Voy a probarlo (LO GOLPEA)
PETRUCHIO.- Te juro que te daré una paliza si lo vuelves a hacer.
CATALINA.- Perderías tus brazos. Si me pegas, no serás caballero. Y si no eres caballero no tienes armas
PETRUCHIO.- ¿Serías un heraldo, Cata?
CATALINA.- ¿Cuál es tu cimera? ¿Una cresta?
PETRUCHIO.- Un gallo sin cresta, Cata (CANTA COMO GALLO)
CATALINA.- Jamás serás mi gallo. Cantas como un gallo vencido.
PETRUCHIO.- Vamos, Cata. No me mires tan desabrida.
CATALINA.- Es mi costumbre cuando contemplo a un conejo.
PETRUCHIO.- No hay aquí ningún conejo. No hay motivo para que estés tan irritada.
CATALINA.- La hay... la hay...
PETRUCHIO.- Muéstramelo entonces.
CATALINA.- Si tuviera un espejo.
PETRUCHIO.- ¿Te refieres a mi figura?
CATALINA.- Lo adivinas, a pesar de ser tan joven.
PETRUCHIO.- ¡Por San Jorge! Soy demasiado joven para ti.
CATALINA.- Y, sin embargo, estás ajado.
PETRUCHIO.- ¡El alcohol y las penas! Oye, Cata. No te vayas así.
CATALINA.- Voy a golpearte si me quedo. Déjame partir.
PETRUCHIO.- No, de ningún modo. Se me había afirmado que eras brusca, indómita, desagradable y ahora advierto que eran groseras mentiras. Te encuentro deliciosa, jovial, sumamente cortés. Sólo es lenta tu palabra, pero dulce como las flores en primavera.¿Por que el mundo cuenta que Cata es coja? ¡Oh, mundo calumniador! Cata es lista y esbelta como el mimbre y el avellano, dulce como la nuez y más exquisita que la almendra ¡Oh! ¡Vete para verte andar! ¡No estás coja!
CATALINA.- ¡Estúpido! ¡Ve y ordénales a tus criados! ¿Dónde has estudiado todos esos bellos discursos?
PETRUCHIO.- Los improviso, ayudado por el ingenio de mi madre.
CATALINA.- ¡Madre ingeniosa! Aunque sacó al hijo necio.
PETRUCHIO.- ¿No soy listo?
CATALINA.- Sí; como el agua ante el fuego: listo y caliente.
POETRUCHIO.- Tal es mi intención, dulce Catalina, pero en tu lecho. Por consiguiente me expresaré en términos claros: tu padre accede a que seas mi esposa. Tú dote se haya estipulada y quieras o no, me casaré contigo. Ahora, Cata, yo soy el marido que te conviene. Por esa luz que ilumina tu belleza tú no debes casarte sino conmigo, ya que he nacido para domarte, Cata, y transformar una Cata salvaje en una Cata sumisa. Aquí viene tu padre ¡Nada de negativas! ¡Debo y quiero tener a Catalina por mujer!

ACTO SEGUNDO.
ESCENA IV:
REGRESA BAUTISTA
BAUTISTA.- Hola señor Petruchio, ¿cómo te va con mi hija?
PETRUCHIO.- ¿Cómo sino bien, mi señor?¡Era imposible que sucediera de otra manera!
BAUTISTA.- ¿Qué hay, hija Catalina? ¿Siempre malhumorada?
CATALINA.- ¿Me llamas hija? Me das buena prueba de cariño paterno prendiendo casarme con un medio loco, un rufián, este bufón que cree imponerse con juramentos.
PETRUCHIO.- Suegro, así tú cuando me hablaste de ella, fuiste injusto. Si es mordaz, es por política y casta. Y estamos en tan buenas relaciones, que fijamos el próximo domingo para día de nuestras bodas.
CATALINA.- ¡Primero te veré ahorcar el domingo!
BAUTISTA.- ¡¿Es ese tu éxito?!
PETRUCHIO.- ¡Ten paciencia, suegro! Si ella y yo estamos contentos ¿qué importa lo demás? Cuando estábamos solos hemos convenido que ella continúe mostrándose áspera en sociedad. No imaginas hasta qué extremo me adora. ¡Oh, carísima Cata! ¡Prepara el festín, suegro! Estoy seguro que mi Catalina estará encantadora.
BAUTISTA.- No sé qué decir, pero dadme vuestras manos. Dios te envíe alegría. Casamiento hecho, Petruchio.
PETRUCHIO.- Adiós suegro y esposa. Parto para Venecia. El domingo está próximo. Tendremos sortijas, casa y lucido cortejo. Y ahora bésame, Cata. El domingo estaremos casados (SALEN PETRUCHIO Y CATALINA POR DIVERSOS LADOS)
BAUTISTA.- No pido otro beneficio que tranquilidad en el matrimonio.

ACTO TERCERO
ESCENA I
DELANTE DE LA CASA DE BAUTISTA. LLEGAN BAUTISTA, CATALINA, BLANCA.
BAUTISTA.- He aquí el día señalado en que deben casarse Catalina y Petruchio, y todavía nada sé de mi yerno ¿Qué quiero esto decir?
CATALINA.- Que no hay afrenta sino para mí, obligada a conceder mi mano a un loco grosero, que tras cortejarme a toda prisa, espera a desposarse cuando le plazca. Yo te dije que era un demente, que disimulaba sus punzantes bromas bajo modales bruscos; y que, a fin de pasar por un hombre simpático, haría la corte a mil mujeres sin haber tenido jamás la intención de cumplir la promesa. Ahora el mundo señala a la pobre Catalina con el dedo y dice: “Mira, he ahí la mujer de Petruchio, el loco, si a Petruchio le place venir a casarse con ella”.
SALE LLORANDO SEGUIDA DE BLANCA.
BAUTISTA.- Pobre hija, no puedo reprobar su llanto. Una santa no permanecería insensible ante tal afrenta.


ACTO TERCERO
ESCENA II
LLEGA PETRUCHIO MUY MAL VESTIDO.
PETRUCHIO.-¡Vamos! ¿Quién hay en la casa?
BAUTISTA.- Bienvenido, señor. No vienes vestido como hubiera deseado
PETRUCHIO.- Habría sido mejor de no haber influido la rapidez. Pero ¿dónde está Catalina? ¿Dónde está mi linda novia? ¿Cómo se halla mi suegro? Se diría que está de mal humor.
BAUTISTA.- Sabes que hoy es el día de tu boda. Primero estaba enojado temiendo tu ausencia. Ahora estoy más enojado viéndote venir en semejante descuido. ¡Quítate esa ropa indigna de tu posición y molesta a la vista de una festividad tan solemne! Y dime qué circunstancia de interés te ha mantenido ausente de tu esposa, y cómo llegas ahora tan descosido.
PETRUCHIO.- Baste saber que he venido a cumplir mi palabra, aunque me haya visto obligado a faltar en algunos puntos. Sobre ellos te daré mis excusas y explicaciones más despacio. Pero ¿dónde está Cata? A esta hora debíamos estar en la iglesia.
BAUTISTA.- Vete a cambiar.
PETRUCHIO.- No, es así como quiero verla.
BAUTISTA.- Pero supongo que no es así como quieres casarte con ella.
PETRUCHIO Tal y como estoy. Pero no hablemos más. Es conmigo con quien se casa, no con mis ropas. Pero voy a saludarla con un tierno beso. (SALE)
BAUTISTA.- Sus razones tendrá para vestir así. Ya le persuadiremos para que se vista mejor para ir a la iglesia. (LE SIGUE)

ACTO TERCERO
ESCENA III
REGRESAN CASADOS PETRUCHIO Y CATALINA, SEGUIDOS POR BLANCA, HORTENSIO, GRUMIO Y BAUTISTA.
PETRUCHIO.- Caballero y amigo, te doy las gracias por asistir a mi unión con la paciente, la más dulce y más virtuosa mujer y adiós.
GRUMIO.-¿Partimos esta noche?
PETRUCHIO.- Debo partir de inmediato.
BAUTISTA.- Permanece, por lo menos hasta después del banquete. Te lo suplico.
PETRUCHIO.- No puedo. Como sé que muchos esperan sentarse con nosotros a la mesa, les he invitado que coman contigo que eres mi suegro y que beban a mi salud, porque debo partir enseguida.
CATALINA.- ¿Te placería quedarte?
PETRUCHIO.- Me place que me pidas que permanezca; pero no puede ser.
CATALINA.- Quédate si me amas.
PETRUCHIO.- Grumio, mis caballos.
GRUMIO.- En seguida, señor.
CATALINA.- Pues has lo que quieras. Yo no partiré hoy, no; ni mañana, hasta que me venga en gana. La puerta está abierta, señor: Ahí está tu camino. Así probarás tu ración de recién casado.
PETRUCHIO.- ¡Oh, Cata! Cálmate, por favor, no te encolerices.
CATALINA.- ¡Quiero encolerizarme! ¿Qué te has creído? ¡Quédate tranquilo padre que ser quedará hasta que yo quiera!
GRUMIO.- Aseguro que ahora si comienza la partida.
CATALINA.- Padre, regresemos al festín nupcial.
PETRUCHIO.- Obedezcan a la desposada. Vayan, festejen, atráquense. Beban. Muéstrense alegres y locos. En cuanto a mi Cata, debe seguirme. No, no hay que abrir los ojos, ni patear, ni enojarse, ni consumirse. Quiero ser dueño de lo que me pertenece. Ella constituye mis bienes, mis bienes muebles; ella es mi casa, mi hogar, mi campo, mi granja, mi caballo, mi buey, mi asno, mi todo. Hela aquí. ¡Y cuidado quien ose tocarla! ¡Mostraré quién soy al atrevido que ose detenerme en mi camino a Padua! ¡Grumio, tira de la espada! ¡Estamos rodeados de ladrones! No tengas miedo, cara doncella; nadie te tocará, Cata. ¡Yo te serviré de broquel ante un millón de adversarios. (SALEN)
BAUTISTA.- He allí una pareja que vivirá tranquila. Vamos, profesor.

ACTO CUARTO.
SALÓN DE LA CASA DE PETRUCHIO. ENTRAN CATALINA Y GRUMIO.
CATALINA.- Cuanto peor me trata, más finge quererme. ¿Se ha casado conmigo para hacerme morir de hambre? Yo, que nunca he necesitado de nada, estoy privada de alimento y de sueño. Y todo bajo el pretexto de que me ama. Se diría, escuchándolo, que el alimento y el sueño me van a causar una enfermedad mortal o una muerte repentina. Necesito algo de comer.
ENTRA PETRUCHIO.
PETRUCHIO.- ¿Cómo se encuentra mi Cata?
CATALINA.- A fe, tan fría como conviene.
PETRUCHIO.- Mírame con semblante risueño. En seguida, mi miel adorada, volveremos a la casa de tu padre. ¿Qué? ¿has comido ya?
CATALINA.- ¡¡Noo!!
PETRUCHIO.- Bien, si esa es tu prisa, iremos a casa de tu padre con estos sencillos y decentes vestidos.
CATALINA.- Pero estos son prácticamente harapos, señor.
PETRUCHIO.- Lo que enriquece el cuerpo es el espíritu. Alégrate. Es temprano y llegaremos a la hora de la cena.
CATALINA.- Te aseguro, señor, que la cena terminará antes de que lleguemos.
PETRUCHIO.- Adelante, en nombre de Dios... ¡Qué resplandeciente y clara brilla la Luna!
CATALINA ¡La Luna! El Sol, no hay Luna a esta hora.
PETRUCHIO.- Digo que es la Luna la que brilla tan resplandecientemente.
CATALINA.- Y yo digo que es el Sol.
PETRUCHIO.- ¡Cómo! ¡Por el hijo de mi madre, que será la Luna las estrellas o lo que se me antoje, antes de que prosiga la ruta a casa de tu padre! ¡Siempre contradiciendo y cuestionando! ¡Sin otra cosa que contradecir!
CATALINA.- Prosigamos nuestra ruta, te lo suplico. Será la Luna o el Sol, lo que tú quieras. Si te place que sea el Sol una lamparita juro que no otra cosa será para mí.
PETRUCHIO.- Digo que es la Luna.
CATALINA.- Reconozco que es la Luna.
PETRUCHIO.- ¡Mientes entonces! ¡Es el Sol bendito!
CATALINA.- ¡Bendito sea Dios! ¡Es el Sol bendito! Y no será el Sol si dices que no lo es, y cambiará a Luna cuando se te antoje que cambie, y por lo tanto, lo que quieras que sea, será para Catalina.
PETRUCHIO.- ¡Bien! ¡Entonces adelante! ¡A la casa de mi suegro Bautista! SALEN.

ACTO QUINTO
ESCENA I
CASA DE BAUTISTA LLEGA BAUTISTA ACOMPAÑADO DE PETRUCHIO, CATALINA, GRUMIO UN VINCENCIO MUY ALTERADO.
BAUTISTA.- Explícame, con calma Caballero, que quiero saber de que se trata todo este abuso del que has sido objeto...
VINCENCIO.- Lo que le he contado, señor mío... que he venido desde Pisa hasta estas tierras, para visitar a mi hijo HORTENSIO a quien extraño con enormidad... Tu propio yerno, acompañado de tu dulce hija Catalina, quien al parecer tiene un poco de hambre por el viaje, pues insistía en comer algunas ramas del camino, me dejó en la puerta de la casa de mi hijo...
BAUTISTA.- ¿Dulce? ¿Mi hija? ¿Con hambre?
CATALINA.- ¿Ya está la cena lista, padre?
PETRUCHIO.- Tu padre va a pensar que no te doy alimento en mi morada... es la felicidad por verte suegro, lo que le ha despertado un hambre atroz... Nosotros acompañamos al caballero como te ha dicho y...
VINCENCIO.- Y al quedar frente a la casa prometiendo unos tragos con Petruchio, he sido objeto de una terrible burla...
PETRUCHIO.- Al abrirse la puerta y solicitar recibimiento para el caballero hemos descubierto a un pedagogo que descaradamente ha usurpado su identidad...
VINCENCIO.- Ha dicho que su nombre es mi nombre y quien en definitiva se ha hecho pasar por mí... Yo, viendo que este crimen se llevaba a cabo y ayudado por tu yerno, quise hablar con mi hijo y preguntarle la causa de lo que hasta ese momento pensé era un equívoco y cuál fue mi sorpresa... resultó que el hombre con quien me permitieron hablar, diciéndome que era mi propio hijo era un sirviente, quien hasta tuvo el atrevimiento de negar la verdad ante los presentes...
BAUTISTA.- Esto es un pecado, señor mío... ¿Y cuál fue la razón para tal abuso? Pero aguarda que alguien viene.
PETRUCHIO.- Te suplico Cata que nos mantengamos aparte, para ver el final de la controversia.
CATALINA.- Si, pero mientras dame aunque sea un trozo del pan que llevas en la mochila, o voy a morir de hambruna.
ACTO QUINTO
ESCENA II
ENTRAN SIGILOSAMENTE HORTENSIO Y BLANCA Y SE ASUSTAN AL DESCUBRIR LA PRESENCIA DE LOS ANTERIORES.
HORTENSIO.- ¡Estamos pedidos! (ARRODILLÁNDOSE ANTE VINCENCIO) ¡Perdón, querido padre!
VINCENCIO.- ¿Vive mi amadísimo hijo?
BLANCA.- (ARRODILLÁNDOSE ANTE BAUTISTA) ¡Padre querido, perdón!
BAUTISTA.- ¿En qué me has ofendido? ¿Dónde está Hortensio?
HORTENSIO.- He aquí a Hortensio, el verdadero hijo del verdadero Vincencio, que viene de casarse con su hija.
BAUTISTA.- ¡Cómo! ¿No es ese el criado?
BLANCA.- El criado se había cambiado con Hortensio.
HORTENSIO.- El amor es el que ha hecho estos milagros. Por amor a Blanca he cambiado de personalidad. Y así he llegado felizmente al puerto deseado de mi ventura.
VINCENCIO.- Pero le romperé las narices a ese villano...¿Qué pretendía? ¿Llevarme a la cárcel?
BAUTISTA.- (A HORTENSIO) Entonces, señor ¿Te casaste con mi hija sin mi consentimiento?
VINCENCIO.- Nada temas, Bautista; quedarás satisfecho. Pero entremos que tenemos cosas que acordar ahora que somos familia.
BAUTISTA.- Y yo para que aclaremos a fondo esta bellaquería.
CATALINA.- Y yo para que cenemos.
PETRUCHIO.- Shh.
(SALEN BAUTISTA Y VINCENCIO)
BLANCA.- Hortensio... tengo miedo.
HORTENSIO.- No palidezcas, Blanca... Tu padre no fruncirá más el entrecejo.
(SALEN DETRÁS DE LOS PRIMEROS HORTENSIO Y BLANCA)

ACTO QUINTO
ESCENA III
CATALINA.- Vamos a seguirlos, esposo, a ver en qué termina esto y para estar presente en la cena.
PETRUCHIO.- Bésame antes, Cata, y después los seguiremos.
CATALINA.- ¿Como, aquí ante toda esta gente?
PETRUCHIO.- ¿Pues qué? ¿Te avergüenzas de mí?
CATALINA.- No, señor, Dios me guarde. Pero me ruboriza darte un beso así
PETRUCHIO.- entonces volvemos a casa.
CATALINA.- No... por Dios... voy a darte un beso. Ahora te ruego, amor mío, que te quedes.
PETRUCHIO.- Más vale tarde que nunca, pues nunca es demasiado tarde. (SALEN)

ACTO QUINTO
SEGUNDO CUADRO
REGRESAN BAUTISTA, VINCENCIO, HORTENSIO, PETRUCHIO, CATALINA, BLANCA Y GRUMIO.
BAUTISTA.- Henos por fin todos de acuerdo, después de tan largas desavenencias.
VINCENCIO.- Es el instante, una vez terminada la guerra, de sonreír a los peligros.
HORTENSIO.- Mi bella Blanca, da la bienvenida a mi padre, mientras expreso el mismo detalle al tuyo. Hermano Petruchio, hermana Catalina, espero que puedan divertirse de la mejor manera y sean bienvenidos en mi casa.
CATALINA.- ¿Y la comida?
BLANCA.- En la cocina, a punto para el festín. ¿Vamos?
CATALINA.- Sí, sí, vamos... Si tú me lo permites, amado Petruchio.
PETRUCHIO.- Te lo permito, amada mía... pero regresa pronto que no me hallo sin ti. Ahh, nada más sentarnos, conversar y comer.
(BLANCA Y CATALINA SALEN Y LOS HOMBRES SE SIENTAN)
BAUTISTA.- Padua siempre brinda estas satisfacciones, yerno.
PETRUCHIO.- Padua no brinda nada que no sea adorable.
BAUTISTA.- Hablando ahora en serio, hijo Petruchio, pienso que tienes la fierecilla más difícil de todas.
PETRUCHIO.- Pues yo digo que no; y en prueba de ello, que cada uno envíe a llamar a su mujer. Y aquella que sea más obediente y venga primero, ganará el premio que hayamos convenido.
VINCENCIO.- ¿Cuánto apostamos por Blanca, hijo?
HORTENSIO.- Veinte coronas.
GRUMIO.- ¡¿Veinte coronas...?! ¡¿Veinte millones de bolívares?!
PETRUCHIO.- Hecho.
BAUTISTA.- ¿Quién comenzará?
HORTENSIO.- Yo. Grumio, ve y dile a tu señora Blanca de mi parte que venga.
GRUMIO.- ¡Voy! (SALE)
BAUTISTA.- Yerno, parto la mitad contigo. Blanca vendrá.
HORTENSIO.- No quiero particiones. Llevo la apuesta solo.
VUELVE GRUMIO.
HORTENSIO.- ¿Qué hay?
GRUMIO.- Señor, mi señora me envía a decirte que está muy ocupada y que no puede venir y que si es muy urgente que vayas por ella.
PETRUCHIO.- ¡Hola! ¿Está ocupada y no puede venir? ¿Qué vaya por ella? ¿Es esa su respuesta?
GRUMIO.- Sí, y muy amable también. Ruegue a Dios que su mujer no envíe una peor respuesta.
PETRUCHIO.- ¡Yo la espero a ella mejor! ¡Grumio! ¡Ve a buscar a tu señora y dile que la mando a que venga!
SALE GRUMIO.
BAUTISTA.- Yo ya sé la respuesta.
PETRUCHIO.- ¿Cuál es?
HORTENSIO.- ¡Que no le da la gana!
PETRUCHIO.- Sería mi mayor desgracia. Eso es todo.
ENTRA CATALINA.
BAUTISTA.- ¿¡Cómo?! ¡Por la Virgen Santísima! ¡Aquí está Catalina!
CATALINA.- ¿Qué deseas mi dueño que enviaste por mí?
PETRUCHIO.- ¿Dónde está tu hermana?
CATALINA.- Esperando por mí para continuar la charla al fuego de la cocina.
PETRUCHIO.- Anda y tráela. Y si se niega a venir tráela a la fuerza ante su esposo. Anda, tráela de inmediato.
CATALINA SALE.
BAUTISTA.- ¡Es algo asombroso!
VINCENCIO.- ¡Algo asombroso!
PETRUCHIO.- Algo que presagia el amor y la vida tranquila, el respeto de las conveniencias y la supremacía del esposo tan perdida en estos días con el cuento de la liberación.
BAUTISTA.- ¡Sea contigo la felicidad, Petruchio! Has ganado la apuesta, y a la suma perdida agrego veinte mil coronas.
GRUMIO.- ¡Veinte mil bolívares fuertes!
PETRUCHIO.- No; quiero ganar mejor la apuesta, hacer la demostración más evidente de los nuevos cimientos sobre de su virtud y su sumisión. ¡Mírenla!
ENTRA CATALINA CON SU HERMANA A RASTRAS.
Catalina.- Aquí estoy, mi señor, con tu petición cumplida.
PETRUCHIO.- Catalina, ese gorro que llevas no te sienta bien, mi amor, quítatelo y arrójalo a los pies.
CATALINA OBEDECE.
BLANCA.- ¡Qué vergüenza! ¡¿Cómo llamas a esto: obediencia, insensata?!
HORTENSIO.- Quisiera que tu obediencia pecara de esa insensatez. La dignidad de la tuya, querida Blanca, me cuesta cien coronas desde la cena!
BLANCA.- Más insensato has sido tú por haber apostado por mi obediencia.
PETRUCHIO.- Catalina, te encargo que le des una lección a esta hermana de mala cabeza sobre los deberes que la ligan a su esposo y señor.
BLANCA.- ¿Te burlas, cuñado? Yo no he pedido cuentos de ese tipo.
PETRUCHIO.- Comienza.
CATALINA.- ¡Avergüénzate! Despeja esa frente feroz y no lancen tus ojos esas desdeñosas miradas, como si quisieras amenazar a tu señor. Eso empaña tu hermosura; destruye tu reputación y no es prudente ni amable. Una mujer así semeja una corriente turbia y privada de encanto. Tu marido es tu vida, tu guardián, tu cabeza, tu soberano; el que cuida de ti, el que se ocupa de tu bienestar. Él es el que somete su cuerpo a rudos trabajos, sin otro tributo que el amor y la dulce y fiel obediencia; pago bien débil, para deuda tan grande. La mujer se obliga con su marido a los mismos deberes que los súbditos con su príncipe. Y si se encuentra indómita, malhumorada, intratable, desabrida y no obediente a sus legítimos órdenes ¿qué es sino una rebelde, una contendiente vil, culpable del delito de traición para con su bien amado? Vergüenza me produce ver a las mujeres declarar, ingenuas, la guerra, cuando deberían implorar la paz; pretender el mando, la supremacía y el dominio, estando destinadas a amar.
BAUTISTA.- ¡Es un milagro escuchar esas palabras en boca de una fiera!
CATALINA.- ¿Por qué son nuestros cuerpos tan delicados, frágiles y pulidos, ineptos para las fatigas y agitaciones, sino porque la calidad gentil de nuestro espíritu, nuestros corazones, deben hallarse en armonía con nuestro exterior? ¡Vamos! Yo he tenido un carácter peor que el tuyo y un corazón más altanero. No te muestres orgullosa, que no servirá de nada y pon tus manos a los pies de tu esposo en señal de obediencia. Si el mío lo manda, mi mano está pronta para que en ello halle placer.
PETRUCHIO.-¡Eso es lo que se llama una señora! ¡Ven y bésame, Cata!
HORTENSIO.- Bien, has logrado tu fin.
VINCENCIO.- No hay nada más encantador que niños complacientes
HORTENSIO.- Pero nada más desagradable que mujeres incorregibles.
PETRUCHIO.- Anda, Catalina, pasemos a comer y vamos al lecho. (A HORTENSIO) Yo he ganado la apuesta aunque tú diste en el blanco ¡En calidad de vencedor, ruego a Dios nos conceda una feliz noche!
BAUTISTA.- Que así sea para siempre, pues mi hijo Petruchio ha domado a una fiera.
CATALINA.- Y yo soy por él...
TODOS.- ¡¡¡La fierecilla domada!!!

DESPEDIDA MUSICAL (FIN DE FIESTA)

Fin.
Versión libre para teatro en espacios no convencionales
César Eduardo Rojas Márquez.

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